viernes, 1 de marzo de 2013

VIAJES CON MI TÍA

Graham Greene
SUR, Buenos Aires, 1970.
 

Tiro al blanco

Todos los años el municipio de Berazategui hace una feria del libro bastante buena. Librerías locales y de la capital, más algún que otro stand insólito de los bomberos voluntarios y reiki. En un extremo se ubica uno de los stands más visitados. Tiene fundamentalmente revistas usadas y una buena cantidad de libros en malas condiciones. Más que ordenados en las mesas parece que los hubiesen llevado hasta allí en un camión volcador y los hubieran tirado como si se tratase de un par de metros cúbicos de arena. El dueño del stand está medio loco y cuando le consultás un precio te responde a los gritos, o con la actitud de alguien al que lo está vigilando la policía.  En ese contexto encontré tras mucho revolver entre libros de dietas, autoayuda y astrología, este ejemplar en un estado bastante decente y un precio acomodado de cinco pesos.

El autor

Con Greene me ocurre lo que les debe pasar a los que van al hipódromo o al bingo por primera vez y ganan. El primer libro suyo que leí hace muchos años fue El tercer hombre, que me dejó con la idea de que Greene era un gran escritor. El ambiente de misterio, la trama de intriga digna de Hitchcok (aunque la famosa versión cinematográfica sea de Wells) y un buen ritmo narrativo daba motivo para pensar que el resto de las novelas de Greene tendrían la misma calidad. Craso error.

El primer clavo de la cruz que el católico Greene tenía preparado para este humilde lector se llamó El cónsul honorario. Novela famosa también por ser llevada al cine, como varias del mismo autor. Un plomazo en toda regla cuyo único interés consiste en que transcurre en nuestro litoral. Nunca desee tanto que un libro se terminara; y eso que no era muy largo. Lo cierto es que Greene se hizo fama como novelista cuya especialidad era el misterio y las tramas de espías. Corre una leyenda de que él mismo habría trabajado como espía hasta el último de sus días.

El libro

En Viajes con mi tía el protagonista, Henry Pulling, es un asesor financiero jubilado de cincuenta años, cuyo único interés es cultivar dalias. En el velorio de su madre conoce a su tía Augusta (una enérgica viejita de setenta y pico), este hecho cambiará su letárgica vida. Con ella se verá una y más veces envuelto en confusas historias policiales muy al estilo Greene. El amante de su tía Augusta, un negro que ella ha rebautizado Wordsworth (como el poeta), utilizará la urna crematoria de la madre de Pulling para ocultar hachis. Por esta razón, un poco macabra como broma, el protagonista comienza a ser seguido por la policía.

Su tía había sido (según todas las pistas) una prostituta fina amante de un tal Visconti; criminal de la segunda guerra y colaboracionista italiano con los nazis, personaje que sobrevolará toda la novela hasta aparecer muy sobre el final.

En el primero de sus viajes la tía Augusta lo lleva a París, hacia donde pasa de contrabando una valija repleta de dinero. Con ella compra algo que Pulling ignora y parten en el Expreso de Oriente hacia Estambul (otro quiebre inexplicable y antojadizo de la trama). En el viaje en tren conocen a una chica llamada Tooley que dice tener un padre que trabaja en la CIA. Pulling se la pasa todo el viaje fumando hachis con la joven, hasta que llegan a Estambul. Allí la chica desaparece y a él y su tía los demora la policía. Después se revela que la tía había comprado un lingote de oro en París, y lo había disfrazado de vela veneciana para llevar a cabo un negocio turbio con destino a ganar dinero para el Sr. Visconti. La policía no descubre la vela pero igualmente son deportados a Londres.

El segundo viaje es hacia Boulogne, donde había muerto el padre de Pulling. En el cementerio, frente justo a la tumba de su padre, la amante que cuarenta años antes su padre había llevado a Boulogne se encuentra casualmente con ellos. Ahí se sugiere de un modo no muy sutil que la verdadera madre de Pulling es su tía. El libro está plagado de este tipo de casualidades forzadas y ridículas.

Después de que Augusta desapareciera de su vida por meses, Pullling, reintegrado a su vida aburrida, recibe una carta de ella para que liquide todos sus vienes, y viaje a Bueno Aires a llevarle un cuadro que tiene en una de sus habitaciones. Pulling alegremente vende todos los activos de su tía y parte a lo desconocido con el dichoso cuadrito, no sin antes ser acosado por la policía.

Viaja pues a Buenos Aires y después toma un vapor hacia el Paraguay. No será el colmo de las casualidades que el único ser que habla inglés en ese vapor es un norteamericano, precisamente el padre del Tooley, la chica del expreso de oriente. A esta altura el lector ya piensa que Greene le está tomando el pelo. Pero todavía falta un poco. En el Paraguay Wordsworth lo espera en el puerto y lo conduce a un palacete abandonado donde vive su tía con el Sr. Visconti. En el ínterin Pulling es arrestado porque se suena la nariz con un pañuelo rojo justo enfrente de las puertas del Partido Colorado de Paraguay; lo que casi le cuesta la vida. Aquí ya la estupidez parece haberse convertido en una especie de modus operandi de Greene. El padre de Tooley lo termina salvando.

Finalmente Pulling conoce al Sr. Visconti, que saca del cuadrito un dibujo oculto de Leonardo Da Vinci (¡cartón lleno!) que le venderá al padre de Tooley y que en realidad es una falsificación. Pulling finalmente se quedará en el Paraguay, traficando con una avioneta en la frontera con Argentina y viviendo con su madre y su amante, el Sr. Visconti.

Conclusiones

Creo que este libro no se merecía un resumen tan extenso. También creo que Greene lo escribió pensando en tomarle el pelo a alguien. Quizás a su amiga Victoria Ocampo que se lo publicó en su editorial SUR. Quizás a todos los que leyeran esta trama insólita, que no llega a ser humorística, donde el misterio está llevado a puro oficio por el escritor y se destacan historias sin sentido salidas del la boca de la tía Augusta. La trama no se sostiene, los personajes, que con tanto diálogo tendrían que estar bien desarrollados, apenas si dejan adivinar su personalidad (no tenemos una sola reacción nítida o pensamiento de Pullling- que narra en primera persona- en todo el libro). Greene repite de otros libros un par de lugares favoritos (el Expreso de Oriente, el litoral argentino-paraguayo) y juega un poco como si no se hubiera puesto a pensar bien la estructura de la novela y esta avanzara sin detenerse a pensar si la acción que se lleva a cabo se sostiene o no. Lo único bueno: se lee fácil y costó cinco pesos, el resto...hummm.

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